Publisher's Synopsis
Tranquilo en su laboratorio, el viejo sabio nunca se olvida de nada, porque tenía su memoria congelada. No se moría de hambre porque se alimentaba de su propio cuerpo, como los pulpos. Él era inmortal como los santos, sus vértebras eran de árbol, por eso duraban tanto. Si él quería, podía crear vida de la nada. Nadie lo trataba como a un sabio, la gente se reía de él y lo maltrataban. Era curioso que ahora la humanidad dependiera de su talento de supervivencia. ¿Qué harías tú si la vida dependiera de ti? Él, en su caso, no pensaba hacer nada: dejaría que murieran. No conocía ningún motivo por el cual los seres inmundos debieran vivir en el paraíso de su laboratorio. Todo el universo se preguntaba: ¿Por qué el paraíso debía ser verde, azul, rojo y de más colores? Su pequeño paraíso era de color transparente y oscuro. Era donde se sentía mejor, en el pequeño laboratorio en la cumbre de la montaña, a donde nadie quería subir. Era ermitaño porque él mismo no se hacía daño, nunca había pedido nada a cambio. Era el inventor de las tecnologías, había conseguido que vivieran mejor; cuando tenían dudas le llamaban a él. En cambio, no pedía nada para sí mismo, eran ellos los que le incordiaban. No era ni hombre ni mujer, era lo mejor de todas las sobras. Como si cogieran las mejores cualidades de los seres vivos y las rectificaran, para ser el individuo más supremo de la tierra. En otro caso, para otros ojos era el bicho más raro o el cuento de miedo que les narran a sus hijos para que pudieran dormir a su hora. Pues no le solicitéis ayuda, ya que no os merecéis el brillo de sus ideas.Una vez hablé con un chico diferente, no sé porque llamarlo diferente, pero era extraño. Los ojos le brillaban de otra forma, le hablaba y él observaba. Era extraño poder compartir con alguien tanta filosofía, él escuchaba capítulo a capítulo mis locuras. Esas personas son las que nos hacen grandes, le dije que, si alguna vez me necesitaba, solo tenía que mencionar el nombre del viejo sabio. Él me dijo que no le hacía falta saber mi nombre para conocerme. Tampoco se había acercado a mí para conseguir algo interesante, me dijo con sus buenas palabras. También me dijo que me admiraba por mis ideas. He dedicado mi vida al aprendizaje, noto esas sensaciones que descubren los jóvenes cuando tienen sus primeras relaciones. Es como subir al cielo en una milésima y bajar en un segundo. No se puede explicar con palabras, pero, cuando le doy vida a una de mis hermosuras, me siento padre y madre a la vez. Cuando hago una pócima para los dolores de cabeza, me siento como cuando una joven tiene su primer orgasmo; cuando hago un dibujo que sale de mi cerebro y lo veo reflejado en el papel, vuelvo a tener una erupción como un niño de diez años, que no sabe que la sangre va bombeando por las venas de nuestro cuerpo dependiendo de los pensamientos. Esas mismas sensaciones las siento dentro de mí, cuando acabo mis trabajos.