Publisher's Synopsis
Extracto del libro. Quince de Agosto del 2017 En esta noche quisiera evocar unas bellas palabras que fuesen testimonio perfecto de mis sentimientos, pero mi estilo tiende al rigor académico por motivos que desconozco, y las palabras que deberían volar como palomas se estrellan en todas las ventanas. Las metáforas tienen sabores prohibidos y se encuentran bañadas de pecado, de tal forma que prefieren la muerte a sufrir en vida. Mi mente es el cementerio de metáforas que leo -con gracia de quiromante- sobre la superficie de los objetos y que antes de morir emiten un fuerte destello que las encadena, una tras otra, hasta crear un sentido superior. Me descubro, entre un mar de gente, camisetas, rostros anónimos, expresiones de alegría y de tristeza, niños, edificios incólumes, tejiendo una narrativa insospechada cuando salgo por la puerta de casa. Mi hogar se encuentra allí donde mi voluntad queda abotargada y deja paso a la fantasía más delirante, más objetivamente esquizofrénica. Pero hay una belleza tan espantosa como magnética en tal proceder, en esa intuición intelectual que decide crear nuevas líneas, nuevas relaciones entre las cosas que se aparecen a los sentidos en su pura materialidad. Es la llave a lo que de espiritual hay en mí, o unas lentes que me permiten ver el alma del mundo. Un sucedáneo de fórmulas químicas que denotan el estilo de un farmacéutico tras de sí. Y el fármaco distintivo del presente no es distinto al que ha sido siempre, más o menos, tan solo que la contingencia del mundo, su ser histórico presente, con todas sus posibilidades y realidades tangibles, deben reinventar la forma de prender la llama. Sí, esta chispa puede saltar aún a pesar de los coches, los ruidos, la rapidez y el desasosiego del día a día actuales. Un paseo resulta en una completa conversión espiritual si uno ha paseado por sus vastos prados lo suficiente como para poder dar rienda suelta a esta fantasía descrita sabiendo que la más banal de las palabras dirigidas a él traen un sentido doble del que uno no puede -ni debe- desprenderse. Por un lado atan al ser humano a la tierra, le recuerdan sus condiciones de posibilidad reales, materiales. Por otro lado, en ese estado que bien podríamos llamar de éxtasis y que bien pudiera ser que fuese una expresión de lo irracional, que despliega sus contenidos cuando cesan los mecanismos de contención, en ese estado de éxtasis o de misticismo esa palabra certera, la dirigida a uno por el padre, la pareja, el amigo, se convierte en amorfa excusa que da nueva energía a nuestras alas. Pues las palabras, gestos, expresión corporal del resto de personajes en escena tienen un sentido más difuso, más vago, más perecedero. Se captan para morir tan pronto como uno intenta cogerlas entre los dedos, pues ya hay un nuevo estímulo que ha ocupado el efímero trono. Pero la palabra de un ser querido, próximo, viene con una densidad solo comparable a la del plomo, dilatando así el tiempo que ocupará en ese fantasioso trono que no es sino el objeto sobre el que nuestra alma liberada se posa para envolverlo con el hálito de lo divino, que se evapora rápidamente como una bocanada de humo gris, que se pierde en su ascensión, como si ese fuera precisamente su cometido. ¿Alguien imagina llevar siempre consigo un genuino botecito de cristal donde llevar guardada una bocanada de humo? Acto vil e impuro: la eternidad no cabe en un frasco. Lo infinito tiene sus propias reglas, y solo nos acoge si jugamos respetándolas.