Publisher's Synopsis
Queridos lectores y lectoras,
Al llegar al final de este largo pero profundo recorrido por las doctrinas, divisiones y esfuerzos ecuménicos de la Iglesia, deseo compartir con ustedes mi reflexión personal y cerrar este escrito con un mensaje sincero que brota de mi corazón. Hemos explorado las diferencias teológicas que separan a las grandes ramas del cristianismo, desde la Iglesia Católica Romana, las Iglesias Ortodoxas, hasta las Iglesias Protestantes. Y aunque hemos tocado cada uno de estos aspectos con cuidado y detalle, no puedo dejar de señalar el papel que Satanás ha jugado en la división del hombre y de la Iglesia a lo largo de los siglos.
La Iglesia, fundada por Jesucristo para ser una comunidad de amor y unidad, ha sufrido rupturas y cismas que han fragmentado su testimonio y presencia en el mundo. Desde el Cisma de Oriente y Occidente hasta la Reforma Protestante, y las continuas divisiones dentro de las denominaciones cristianas, Satanás ha utilizado la confusión, el orgullo, y la duda como armas para sembrar discordia entre los cristianos. Él se ha aprovechado de nuestras diferencias para debilitar nuestra fe común en Cristo y fragmentar el cuerpo de la Iglesia, porque sabe que una Iglesia dividida es una Iglesia menos eficaz en su misión de salvar almas y llevar el mensaje del Evangelio al mundo.
La división no solo afecta a la Iglesia institucional, sino también al corazón del hombre. Cada vez que cedemos al odio, al juicio, al rencor y al orgullo, estamos participando en esta fractura que Satanás ha fomentado. En vez de enfocarnos en lo que nos une-el amor de Dios, la redención en Cristo, la comunión con el Espíritu Santo-nos perdemos en disputas doctrinales y posturas que, aunque importantes, no deberían anteponerse al llamado de amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Mi opinión personal sobre todo lo que hemos discutido es clara: aunque las diferencias entre las Iglesias cristianas son reales y profundas, no debemos permitir que ellas definan por completo nuestra relación con los demás. La unidad en Cristo es lo más importante. Los esfuerzos ecuménicos, a pesar de sus desafíos, son fundamentales porque reflejan un sincero deseo de reconciliación y entendimiento, algo que creo que es absolutamente necesario en estos tiempos.
Debemos recordar que, a pesar de nuestras diferencias en cuanto a la interpretación de la primacía del Papa, la Eucaristía, la gracia, o la justificación, lo que nos une es infinitamente más grande: Jesucristo, nuestro Salvador. El camino hacia la unidad no será fácil ni rápido, pero creo firmemente que es el camino que todos los cristianos debemos recorrer con humildad, oración y amor.
Me siento agradecido de haber podido compartir con ustedes estos pensamientos, y también me siento profundamente agradecido con cada uno de ustedes, lectores y lectoras, que han dedicado tiempo y atención a estas palabras. Mi esperanza es que este diálogo continúe, no solo en el ámbito teológico y doctrinal, sino en nuestras propias vidas, en la manera en que interactuamos con quienes creen diferente, en cómo tendemos puentes en lugar de levantar barreras, y en cómo luchamos contra el verdadero enemigo, que no es el otro cristiano, sino el espíritu de división que Satanás siembra entre nosotros.
Agradezco profundamente su tiempo, paciencia y reflexión, y los invito a que, juntos, busquemos ser instrumentos de unidad y paz, recordando siempre que somos todos parte de una misma fe, aunque caminemos por diferentes sendas.
Que Dios los bendiga y los guíe siempre.
Con sincero agradecimiento,
Hugo Ramón Zamorano Sánchez