Publisher's Synopsis
La poesía y la piromanía tienen mucho en común. Las dos son adictivas y sus resultados tienden a maravillar o matar a los que las experimentan. Una de ellas es una enfermedad mental, diría quizás el poeta de este libro que también es psicólogo clínico. La otra se le condena frecuentemente como criminal, porque la destrucción de propiedad es casi siempre condenable. No sé cuál de las dos es cuál, pero sé que en Quemar la poesía y a los poetas, no es la destrucción o la enfermedad mental que se exploran, sino al contrario, el libro explora los márgenes de la poesía como un ejercicio, o más bien, disciplina que se auto critica o en términos de este libro, se autoinmola [...] Las deliciosas contradicciones de este libro son contagiosas. Nos hacen vomitar. Pero de alegría. Las referencias explícitas pueden ser académicas (Wittgenstein, Hörderlin, Heidegger y Adorno) o literarias (Brecht, Parra, Huidobro y Cervantes), pero la tendencia referencial más inesperada y, posiblemente, la más abundante, es la musical (Glenn Gould). Su músicalidad es cacofónicamente armónica. Sus referen-cias son conscientemente polifónicas como las fugas de Bach. Las múltiples voces reiteran las familiares melodías de la antipoesía de Parra o Juan Luis Martínez, pero son propias de Cruz-Villalobos. La ironía en ciertos versos nos recuerda a Nietzsche también, quien habrá enloquecido tras ver a un caballo querido herido. Acaso el libro trata de la sanidad también, porque querer quemar la poesía es peor que quemar libros. La poesía es como el Espíritu Santo. Quema con agua. Quema con lengua. Como pocos (anti)poetas, Cruz-Villalobos, experimenta con el lenguaje textual como parte de una experiencia artística audiovisual que medita más allá del texto. Su piromanía poética es auto-referencial, meta-referencial, multi-referencial y anti-referencial. Es decir, adopta una manía de considerar la lengua como un material textil más que textual. Teje una red de referencias para profetizar un manto que no nos protege del fuego. El manto no solo es inflamable. El manto que nos teje en esta colección de versos está hecho de papel. Sí. La intención es quemar, o por lo menos cegar con su incandescencia. No será el fuego platónico que forma sombras de una realidad que nunca experimentaremos o el fuego que habla en egipcio o arameo de un YO soy el que YO soy en una zarza divina que no se quema. El fuego que invita este libro es propio de un pirómano que quema pero en su adicción también se quema a sí mismo. Huidobro dirá que el poeta es un pequeño dios. Pero este libro es evidencia de que los pequeños dioses a veces se queman a ellos mismos, pero por gracia divina no se consumen. Los poetas son grandes pirómanos. Es su naturaleza. Los poetas crean zarzas en ardor que no se consumen, nunca llegan a ser cenizas, pero sus voces mueven pueblos enteros por desiertos y mares, dictan decálogos, liberan esclavos, crean luz. Si el lenguaje huidobriano invitaba a abrir mil puertas, el de Cruz-Villalobos, quema puertas y con sus cenizas, fermenta bosques. Sus versos serán pirómanos, pero como lectores psico-pirómano-patas, vemos las llamas en las páginas y celebramos. La morbosa ambición de escribir sobre la destrucción del verso y de los que lo escriben, no pueden detener el acto de la escritura. Es decir, la poesía se querrá quemar, los poetas se quemarán, pero el acto no se puede destruir porque los actos ocurren y no se pueden quemar. No son ni siquiera meras memorias. La pira es un acto memorable, pero también es fantasía. El acto de quemar es pretérito, presente y futuro. Por ello, que Borges decía del fuego "que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo." Dr. Moisés Park, Baylor University.