Publisher's Synopsis
Que Jesús de Nazareth (ca. 4 AC-30 DC) fue crucificado es una de las afirmaciones más cercanas a un hecho histórico que pueda hacerse sobre su él. Sobre los detalles de qué hizo o dijo la academia ha pasado siglos debatiendo, pero en este hecho, que sufrió la pena capital a manos de la autoridad romana por medio de la crucifixión, coincide la abrumadora mayoría de los historiadores del mundo antiguo. Que hubo una cruz donde sufrió y murió es, por tanto, la siguiente afirmación lógica. De hecho, su caso no es raro: como él, hubo muchos otros judíos que perecieron clavados a un madero en las afueras de Jerusalén; miles de acuerdo al historiador Josefo, testigo presencial de la gran rebelión contra Roma. La cruz, que era un símbolo de fracaso y vergüenza para quienes morían en ella y sus familias, fue considerada desde el inicio del cristianismo como el momento triunfal en la carrera de su mesías; su crucifixión el momento de su ascensión a su trono como verdadero rey de los judíos. De ahí que, una vez terminada la persecución contra el cristianismo, y pasados los suficientes años, comenzaran a surgir los interesados en buscar la evidencia. Ir en pos de, contemplar, besar y en el mejor de los casos llevarse a casa un pedazo de la histórica cruz fue una de las obsesiones primero de los creyentes, después de reyes y emperadores.
Junto con la cruz, siguiendo el relato evangélico, aparece otro objeto que incluso más que el Santo Grial, ha mantenido de una forma u otra su enigmática e inquietante presencia a lo largo de la historia: la lanza de Longinus, el soldado romano que perforó el costado de Jesús. La Verdadera Cruz era una reliquia de sanación y protección, pero la lanza, de acuerdo a la leyenda, era para la guerra y la conquista. "Aquél que posea esta lanza y descubra su secreto tendrá el destino del mundo en sus manos, para bien o para mal." Así lo creyeron los antiguos emperadores del Sacro Imperio Romano, Napoleón e incluso Adolph Hitler. No es casual que a esta codiciada reliquia le haya conocido desde tiempos inmemoriales como la Lanza del Destino.
Hasta aquí la leyenda. El verdadero problema surge al apartar el mito y tratar de identificar cómo y cuándo aparecieron por primera vez estas dos reliquias en la historia, y de ahí seguir su complicada historia de siglos, pasando de generación en generación, de mano en mano de reyes y papas; de creyentes a enemigos del cristianismo; cómo fueron perdidas y recuperadas, repartidas en fragmentos por todo el mundo y en ocasiones vueltas a reunir; alguna vez robadas y utilizadas como impresionante medio de propaganda; incluso extraviadas y finalmente recuperadas y depositadas en los lugares donde hoy se veneran.
¿Es posible que la cruz de Jesús haya sido encontrada trescientos años después de su muerte y que sus fragmentos todavía puedan contemplarse en diversas iglesias del mundo? Se sabe con certeza que a mediados del siglo IV (ca. 350 DC) una antiquísima cruz era venerada en Jerusalén y se utilizaba en la liturgia de la Semana Santa. La lanza apareció en la siguiente centuria en la Basílica del Monte Sión en Jerusalén. De entrada, los siglos que las separan del evento de la crucifixión (ca. 30 DC) hace problemático abogar por su autenticidad. Opiniones en favor y en contra de la Cruz que se veneraba en Jerusalén desde los tiempos del emperador Constantino y de la lanza que empuñó Carlomagno en su coronación, los hay a favor y en contra. Pero hay casos en los que la historia de un objeto, y los tumultos que provocaron a su alrededor, resultan más apasionantes que la cuestión de la autenticidad en sí misma. Este volumen sigue la complicada trayectoria de las dos reliquias existentes más importantes del cristianismo, su aparición en Palestina, su traslado a Bizancio y su dispersión por toda Europa después del saqueo de Constantinopla, y cómo en el trayecto de dieciséis siglos cambiaron el cu